lunes, 2 de febrero de 2009

Ortografía

Todas las tardes, cuando volvían de la escuela, los niños solían entrar a jugar en el jardín del Gigante. Pero un día el Gigante rodeó el jardín con una tapia y prohibió el paso a los niños. Era un Gigante muy egoísta. Por eso allí la primavera nunca llegó y tampoco el verano. El otoño no le dio ningún fruto. Fue siempre el invierno y el viento norte, el granizo, la escarcha y la nieve danzaban entre los árboles. Una mañana el gigante vio un maravilloso espectáculo. Por un pequeño agujero los niños habían entrado en el jardín y los árboles estaban tan contentos de tenerlos en sus ramas que se cubrieron de flores. Los pájaros revoloteaban, las flores levantaban sus cabezas y reían. Sólo en un rincón del jardín era invierno. En él había un niñito tan pequeñín que no podía alcanzar las ramas de un árbol que todavía estaba cubierto de nieve y escarcha.
El corazón del gigante se enterneció al verlo.
-¡ Qué egoísta he sido, dijo; ya sé por qué la primavera no quería venir aquí.
Puso al chiquitín en lo alto del árbol, derribó la tapia y los niños tuvieron siempre en su jardín un lugar para sus juegos.

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